La Casa en la Cascada.
La madre soñaba con que su pequeña criatura llegara a ser arquitecto, y se esforzó en educarla para que así fuera. Como respetada maestra de pueblo, siendo su esposo músico y predicador, tuvieron un hogar en el que siempre se respiró arte: los hermanos eran dormidos con poesÃa o cuentos de hadas, mientras el piano Steinway de la salita de estar endulzaba la casa con notas de Bach. No era de extrañar que el pequeño creciera en un mundo de su propia creación. Que prefiriera leer a jugar, escuchar música a comer, soñar despierto a dormir...
La madre vio hacia donde se dirigÃa su hijo, y en un gesto profético le trazó otro camino. Con tan solo diez años lo envió ese verano a trabajar en la granja de la familia, al “Valleâ€� de sus ancestros, junto al poderoso rÃo Wisconsin. Las faenas del campo fueron demasiado para el niño de ciudad y a los pocos dÃas, desesperado, escapó y se perdió en el intento. Cuando su TÃo Enos le consiguió llorando, tendido en el pasto, cariñosamente le agarró la mano, la posó en su antebrazo y le dijo: “Tus músculos serán como éstos, Frank, si sigues en ello. El trabajo es una aventura que hace a los hombres fuertes y acaba con los débilesâ€�.
Más nunca trató de huir. Y verano tras verano, en aquel verde valle, aprenderÃa a valorar la aventura del trabajo y amar sinceramente la naturaleza. Aquel niño era Frank Lloyd Wright, y para regocijo de su madre, llegarÃa a convertirse en el arquitecto americano más grande que hayan visto nacer aquellas tierras.
De ver, a ser el paisaje
la organicidad de Fallingwater
Wright creÃa en la naturaleza como orden superior, a cuyas leyes están sometidos todos los hombres. CreÃa en la arquitectura como el medio esencial a través del cual la humanidad se adapta a ella. Por lo tanto, el lenguaje que hablan sus edificios es el de una arquitectura orgánica, que busca hacer más natural la vida humana y más humana la vida natural.
No arriesgo mucho al decir que ningún edificio suyo encarna con tanta fuerza estas ideas como la Casa en la Cascada (tampoco serÃa el primero en hacerlo). Pero es que el hombre que concibe y construye esta espectacular obra, el que nos da con ella toda una lección de arquitectura, es el Wright de 67 años en plena madurez de sus ideas.
Nace en un particular momento de su carrera, pues después de casi cuatro décadas de incansable trabajo a sus espaldas, en las que nunca estuvo desocupado, estaba poco menos que ocioso… Su polémica personalidad, que jamás hizo buena propaganda, junto al hecho de que hubiera sido encarcelado recientemente con su esposa por evasión de impuestos y deudas bancarias, eran razones de peso para su escasez de trabajo. La cuestión es que Wright tuvo que encontrar otros medios para sostenerse económicamente: escribió su AutobiografÃa, y convirtió su casa-taller de Taliesin en un internado que comenzaba con 23 aprendices de arquitecto, la Taliesin Fellowship. Paradójicamente, ambas medidas contribuyeron al nacimiento de la Casa en la Cascada.
Edgar Kaufmann, jr., un joven pintor de 24 años, leyó su autobiografÃa y quedó tan impresionado que inmediatamente solicitó ingresar en la Fellowship, aún sin intenciones de convertirse en arquitecto. Wright, que tenÃa un buen olfato para descubrir nuevos clientes, lo aceptó inmediatamente y regaló una publicación de sus obras al padre del muchacho. Asà como lo intuyó, sucedió: tres meses después, en diciembre de 1934, Edgar J. Kaufmann le encargaba el proyecto para una casa de fin de semana en Pennsylvania, e invitaba al arquitecto a conocer el sitio.
Taliesin entera rebosaba de emoción. El mismo Wright no podÃa ocultar su entusiasmo ante la nueva empresa después de tanto tiempo sin un proyecto. Pero nadie supo cuál fue su reacción al ver por vez primera la corriente de agua, aquel invierno, con sus peñascos fracturados y la sublime cascada congelada; cuando respiró el aire de aquellos bosques y escuchó la relajante brisa pasar entre las ramas… más aún, nadie lo supo hasta casi un año después. El arquitecto esperó pacientemente a que la idea madurara en su cabeza antes de trazar una sola lÃnea en el papel.
¿Quién sabe? Tal vez esperarÃa aún más si Kaufmann no le hubiese anunciado nueve meses después que pasarÃa aquella tarde por Taliesin, para ver los avances de su casa. Wright, inmediatamente y a contrarreloj, se sentó en su mesa y dibujó por primera vez las tres plantas de la casa, una encima de la otra sobre el mismo papel y diferenciándolas por colores. Inclusive le dio tiempo de dibujar una sección y la fachada sur antes de que Kaufmann llegara a las pocas horas. Lo recibió animado, y le explicó el proyecto haciéndole creer que los dibujos estaban listos desde hacÃa meses. Luego le invitó a almorzar, pero solo para dar tiempo a dos aprendices (especÃficamente aquellos de pie a su derecha, en la fotografÃa), de dibujar otras dos fachadas. A su regreso, tomó los dibujos con la mayor naturalidad del mundo y prosiguió su monólogo: “Y, E.J., aquà está la fachada oeste… y aquà la fachada norteâ€�.
Kaufmann no podÃa salir de su asombro. HabÃa elegido ese sitio para construir su casa porque amaba profundamente la cascada, su lugar de reposo favorito. Y ahora la casa se instalaba en el único lugar donde no era posible verla: sobre ella. Wright solo se justificó diciendo: “E.J., yo quiero que vivas con la cascada, no sólo mirarlaâ€�.
Y asà se dio inicio a la construcción de una de las obras más emblemáticas, no sólo de la prolÃfica carrera de Wright, sino de todo el siglo XX. Una verdadera obra maestra, que ocupa un puesto privilegiado en la historia de la arquitectura. De manera que el calificar la Casa en la Cascada como “la más inusual de las casas en un lugar excepcionalmente pintorescoâ€�, no es sino una observación que peca del mayor de los simplismos. Entendamos el porqué.
Fallingwater, como la bautizara el mismo Wright, es un edificio que dialoga con su entorno, hasta el punto en que pareciera haber nacido de él. Desechar la idea tradicional de naturaleza como espectáculo, para hacer de ella y la arquitectura una sola cosa, es la prueba más contundente: ahora ambas son parte del mismo paisaje. Para lograrlo, lo primero que hizo el arquitecto fue romper con la caja, disolviendo los lÃmites entre interior y exterior. Las tÃpicas relaciones entre el afuera y el adentro fueron modificadas tan profundamente que inclusive dentro de la casa, el bosque pareciera estar al alcance de la mano, tal y como podemos apreciar en la foto. Esta sensación es intensificada gracias a las amplÃsimas terrazas que vuelan sobre la cascada y el bosque, de la misma manera en que los grandes peñascos lo hacen sobre el rÃo.
De los 750 m2 que tiene la casa, sólo la mitad son interiores. Lo que llama aún más la atención es que no hay cambios, ni formales ni de materiales, entre aquellos espacios y los techados: son los mismos planos continuos, las mismas jardineras, el mismo empedrado en el suelo… Y, a pesar de que la altura entre pisos es tal que pareciera comprimirnos para expulsarnos fuera, se han logrado unos espacios interiores tan confortables y acogedores como se podrÃa esperar. La función esencial de una casa, que es la de dar un lugar al hombre, nunca se dejó de lado. Existen dormitorios, salas de estar, un estudio, cocina y baños, todos pensados para acoger su intimidad sin contradecir en ningún momento la idea central de la casa.
Ahora, como bien señala Alejandro Aravena en su ensayo sobre Fallingwater, “(…) nada más ingenuo que decir que la casa se funde con el paisajeâ€�. Nunca podrÃamos encontrar formas tan ortogonales y rectas como esas en el mundo natural. Wright logra en cambio algo mucho más complejo y valioso: asumir la naturaleza como orden, hablar su mismo idioma con un lenguaje arquitectónico. Vemos cómo la altura que separa la primera terraza del agua, es la misma que existe entre una terraza y otra; asà como la pérgola de entrada, tal y como podemos apreciar en la fotografÃa, se sostiene entre el muro de piedra de la casa y el muro de piedra del peñasco.
Por último, observemos nuevamente la imagen que tenemos de la Casa en la Cascada y tratemos de responder, imaginando que el edificio no existiera, ¿cuál es la fachada principal de ese espectáculo? Ninguna y todas a la vez, pues la naturaleza no tiene lados. Asimismo, la casa no sólo carece de un frente principal, sino que fue pensada para ser vista en escorzo, es decir, algo ladeada. Un principio clásico de la arquitectura griega que se aplicó, al girarla 30º sobre la caÃda de agua.
La casa fue terminada en 1937, y la familia Kaufmann la disfrutó por muchos años, con la cascada y no sólo mirándola. Hoy en dÃa ese privilegio es compartido por muchos, pues la singular obra puede ser visitada casi todo el año. Pero nada de esto serÃa posible sin la pasión y la sensibilidad de un hombre como Frank Lloyd Wright. Un hombre de una fuerza y un carácter tan especiales, y con una confianza en sà mismo tan grande, que nunca dejó de soñar con un mundo mejor. Uno en el que el hombre y su entorno pudieran crecer naturalmente, como si de un organismo se tratara. Tal vez nada de esto hubiera sido posible, si la madre no hubiese enviado a la pequeña criatura a pasar sus veranos en los verdes valles de Wisconsin.
La madre vio hacia donde se dirigÃa su hijo, y en un gesto profético le trazó otro camino. Con tan solo diez años lo envió ese verano a trabajar en la granja de la familia, al “Valleâ€� de sus ancestros, junto al poderoso rÃo Wisconsin. Las faenas del campo fueron demasiado para el niño de ciudad y a los pocos dÃas, desesperado, escapó y se perdió en el intento. Cuando su TÃo Enos le consiguió llorando, tendido en el pasto, cariñosamente le agarró la mano, la posó en su antebrazo y le dijo: “Tus músculos serán como éstos, Frank, si sigues en ello. El trabajo es una aventura que hace a los hombres fuertes y acaba con los débilesâ€�.
Más nunca trató de huir. Y verano tras verano, en aquel verde valle, aprenderÃa a valorar la aventura del trabajo y amar sinceramente la naturaleza. Aquel niño era Frank Lloyd Wright, y para regocijo de su madre, llegarÃa a convertirse en el arquitecto americano más grande que hayan visto nacer aquellas tierras.
De ver, a ser el paisaje
la organicidad de Fallingwater
Wright creÃa en la naturaleza como orden superior, a cuyas leyes están sometidos todos los hombres. CreÃa en la arquitectura como el medio esencial a través del cual la humanidad se adapta a ella. Por lo tanto, el lenguaje que hablan sus edificios es el de una arquitectura orgánica, que busca hacer más natural la vida humana y más humana la vida natural.
No arriesgo mucho al decir que ningún edificio suyo encarna con tanta fuerza estas ideas como la Casa en la Cascada (tampoco serÃa el primero en hacerlo). Pero es que el hombre que concibe y construye esta espectacular obra, el que nos da con ella toda una lección de arquitectura, es el Wright de 67 años en plena madurez de sus ideas.
Nace en un particular momento de su carrera, pues después de casi cuatro décadas de incansable trabajo a sus espaldas, en las que nunca estuvo desocupado, estaba poco menos que ocioso… Su polémica personalidad, que jamás hizo buena propaganda, junto al hecho de que hubiera sido encarcelado recientemente con su esposa por evasión de impuestos y deudas bancarias, eran razones de peso para su escasez de trabajo. La cuestión es que Wright tuvo que encontrar otros medios para sostenerse económicamente: escribió su AutobiografÃa, y convirtió su casa-taller de Taliesin en un internado que comenzaba con 23 aprendices de arquitecto, la Taliesin Fellowship. Paradójicamente, ambas medidas contribuyeron al nacimiento de la Casa en la Cascada.
Edgar Kaufmann, jr., un joven pintor de 24 años, leyó su autobiografÃa y quedó tan impresionado que inmediatamente solicitó ingresar en la Fellowship, aún sin intenciones de convertirse en arquitecto. Wright, que tenÃa un buen olfato para descubrir nuevos clientes, lo aceptó inmediatamente y regaló una publicación de sus obras al padre del muchacho. Asà como lo intuyó, sucedió: tres meses después, en diciembre de 1934, Edgar J. Kaufmann le encargaba el proyecto para una casa de fin de semana en Pennsylvania, e invitaba al arquitecto a conocer el sitio.
Taliesin entera rebosaba de emoción. El mismo Wright no podÃa ocultar su entusiasmo ante la nueva empresa después de tanto tiempo sin un proyecto. Pero nadie supo cuál fue su reacción al ver por vez primera la corriente de agua, aquel invierno, con sus peñascos fracturados y la sublime cascada congelada; cuando respiró el aire de aquellos bosques y escuchó la relajante brisa pasar entre las ramas… más aún, nadie lo supo hasta casi un año después. El arquitecto esperó pacientemente a que la idea madurara en su cabeza antes de trazar una sola lÃnea en el papel.
¿Quién sabe? Tal vez esperarÃa aún más si Kaufmann no le hubiese anunciado nueve meses después que pasarÃa aquella tarde por Taliesin, para ver los avances de su casa. Wright, inmediatamente y a contrarreloj, se sentó en su mesa y dibujó por primera vez las tres plantas de la casa, una encima de la otra sobre el mismo papel y diferenciándolas por colores. Inclusive le dio tiempo de dibujar una sección y la fachada sur antes de que Kaufmann llegara a las pocas horas. Lo recibió animado, y le explicó el proyecto haciéndole creer que los dibujos estaban listos desde hacÃa meses. Luego le invitó a almorzar, pero solo para dar tiempo a dos aprendices (especÃficamente aquellos de pie a su derecha, en la fotografÃa), de dibujar otras dos fachadas. A su regreso, tomó los dibujos con la mayor naturalidad del mundo y prosiguió su monólogo: “Y, E.J., aquà está la fachada oeste… y aquà la fachada norteâ€�.
Kaufmann no podÃa salir de su asombro. HabÃa elegido ese sitio para construir su casa porque amaba profundamente la cascada, su lugar de reposo favorito. Y ahora la casa se instalaba en el único lugar donde no era posible verla: sobre ella. Wright solo se justificó diciendo: “E.J., yo quiero que vivas con la cascada, no sólo mirarlaâ€�.
Y asà se dio inicio a la construcción de una de las obras más emblemáticas, no sólo de la prolÃfica carrera de Wright, sino de todo el siglo XX. Una verdadera obra maestra, que ocupa un puesto privilegiado en la historia de la arquitectura. De manera que el calificar la Casa en la Cascada como “la más inusual de las casas en un lugar excepcionalmente pintorescoâ€�, no es sino una observación que peca del mayor de los simplismos. Entendamos el porqué.
Fallingwater, como la bautizara el mismo Wright, es un edificio que dialoga con su entorno, hasta el punto en que pareciera haber nacido de él. Desechar la idea tradicional de naturaleza como espectáculo, para hacer de ella y la arquitectura una sola cosa, es la prueba más contundente: ahora ambas son parte del mismo paisaje. Para lograrlo, lo primero que hizo el arquitecto fue romper con la caja, disolviendo los lÃmites entre interior y exterior. Las tÃpicas relaciones entre el afuera y el adentro fueron modificadas tan profundamente que inclusive dentro de la casa, el bosque pareciera estar al alcance de la mano, tal y como podemos apreciar en la foto. Esta sensación es intensificada gracias a las amplÃsimas terrazas que vuelan sobre la cascada y el bosque, de la misma manera en que los grandes peñascos lo hacen sobre el rÃo.
De los 750 m2 que tiene la casa, sólo la mitad son interiores. Lo que llama aún más la atención es que no hay cambios, ni formales ni de materiales, entre aquellos espacios y los techados: son los mismos planos continuos, las mismas jardineras, el mismo empedrado en el suelo… Y, a pesar de que la altura entre pisos es tal que pareciera comprimirnos para expulsarnos fuera, se han logrado unos espacios interiores tan confortables y acogedores como se podrÃa esperar. La función esencial de una casa, que es la de dar un lugar al hombre, nunca se dejó de lado. Existen dormitorios, salas de estar, un estudio, cocina y baños, todos pensados para acoger su intimidad sin contradecir en ningún momento la idea central de la casa.
Ahora, como bien señala Alejandro Aravena en su ensayo sobre Fallingwater, “(…) nada más ingenuo que decir que la casa se funde con el paisajeâ€�. Nunca podrÃamos encontrar formas tan ortogonales y rectas como esas en el mundo natural. Wright logra en cambio algo mucho más complejo y valioso: asumir la naturaleza como orden, hablar su mismo idioma con un lenguaje arquitectónico. Vemos cómo la altura que separa la primera terraza del agua, es la misma que existe entre una terraza y otra; asà como la pérgola de entrada, tal y como podemos apreciar en la fotografÃa, se sostiene entre el muro de piedra de la casa y el muro de piedra del peñasco.
Por último, observemos nuevamente la imagen que tenemos de la Casa en la Cascada y tratemos de responder, imaginando que el edificio no existiera, ¿cuál es la fachada principal de ese espectáculo? Ninguna y todas a la vez, pues la naturaleza no tiene lados. Asimismo, la casa no sólo carece de un frente principal, sino que fue pensada para ser vista en escorzo, es decir, algo ladeada. Un principio clásico de la arquitectura griega que se aplicó, al girarla 30º sobre la caÃda de agua.
La casa fue terminada en 1937, y la familia Kaufmann la disfrutó por muchos años, con la cascada y no sólo mirándola. Hoy en dÃa ese privilegio es compartido por muchos, pues la singular obra puede ser visitada casi todo el año. Pero nada de esto serÃa posible sin la pasión y la sensibilidad de un hombre como Frank Lloyd Wright. Un hombre de una fuerza y un carácter tan especiales, y con una confianza en sà mismo tan grande, que nunca dejó de soñar con un mundo mejor. Uno en el que el hombre y su entorno pudieran crecer naturalmente, como si de un organismo se tratara. Tal vez nada de esto hubiera sido posible, si la madre no hubiese enviado a la pequeña criatura a pasar sus veranos en los verdes valles de Wisconsin.