La naturaleza del croquis: el dibujo del arquitecto.
“Tengan siempre su cuaderno de notas y un lápiz en la mesa de noche, porque muchas ideas nacen mientras dormimosâ€�. Ese fue el primer consejo que recibà como estudiante de arquitectura de parte de mi profesor de diseño, y recuerdo que en aquel momento me pareció un consejo absurdo. Me sonó más romántico que práctico, y lo consideré como un simple truco oratorio del profesor para endulzarnos y enamorarnos del mundo de la arquitectura, ese mundo al que nos adentrábamos todos los pichones de arquitecto que estábamos ese dÃa en aquel cuarto.
Hoy en cambio comprendo sus palabras, y su consejo me parece práctico y lleno de sabidurÃa. Para orgullo de DalÃ, de Buñuel o de Breton, muchas soluciones me han venido a la cabeza cuando ésta estaba en la almohada, después de haberlas buscado con intensidad frente a la mesa durante el dÃa. El papel y el lápiz de la mesita de noche me han salvado la vida en más de una ocasión en instantes como esos.
Cuando uno pasa tanto tiempo dando vueltas a un problema y se acuesta sin haberle hallado solución, es natural que la mente siga trabajando mientras uno duerme. Y pocas veces, pero más de las que uno podrÃa imaginarse, la solución aparece y uno raya en el papel desesperadamente antes de que la esencia del descubrimiento se diluya en el aire, del mismo modo en que un sueño se olvida al despertar. Es casi un juego, un ejercicio surrealista, una batalla contra el subconsciente. Y lo que uno puede encontrar no deja nunca de sorprenderme.
Lo que queda dibujado en el papel es casi siempre un garabato. Pero quizá en estas circunstancias es cuando el croquis es verdaderamente un croquis: no hay vanidad en el trazo, no hay esmero ni preocupación por una imagen acabada, únicamente existe una intención, y esa es la esencia del croquis. Por eso el edificio siempre se parece al bosquejo.
Del mundo de las ideas al papel
Acerca del croquis, el arma del arquitecto
El croquis, ese dibujo que uno hace con cualquier cosa sobre cualquier cosa, sigue siendo indispensable para el arquitecto. Su naturaleza es fascinante, digna de una tesis de grado, y cada dibujo encierra una historia y esconde un significado para su autor. No es difÃcil ver a un artista con un cuaderno de notas: una especie de diario gráfico o bitácora que siempre cargará atento y precavido, cual depredador, a la espera de algo que llame su atención o de algún destello inspirador. Llegado el momento desenvainará su arma de carbón o tinta, y guardará para siempre lo que más nadie supo ver, lo que ningún otro llegó a sentir.
A la hora de dibujar cada persona tiene mil manÃas inquebrantables: algunos trabajan únicamente con tinta negra sobre un cuaderno de hojas gruesas; otros más exquisitos cargan un kit completo de acuarelas o pasteles holandeses. Hay quienes dibujan de pie, hay quienes lo hacen sentados, y están aquellos que jamás levantan la punta del lápiz del papel, comenzando y terminando el croquis en un único trazo fluido porque (según ellos) “asà es como se dibujan los croquisâ€�. Pero en realidad el croquis no tiene un método, y la forma en que se dibuja puede llegar a ser tan personal como una cepillada de dientes.
La finalidad del croquis, como antes mencionamos, es la de reflejar una intención o bien la esencia de una cosa. Pero eso se puede lograr de muchas maneras sobre el papel, y la esencia de un edificio, por ejemplo, puede conseguirse en un dibujo de treinta segundos como en otro de varias horas, mucho más elaborado. Como pueden ver, Frank Gehry no se preocupó demasiado en cómo se verÃa su bosquejo para el Museo Guggenheim de Bilbao. Es más intuitivo que concreto, y sin embargo, al compararlo con la fotografÃa, apreciamos que allà está la esencia misma del edificio. Años antes de que llegara a colocarse la primera piedra, las intenciones de Gehry ya estaban plasmadas en el papel.
Lo mismo ocurre con los dibujos de Aldo Rossi. Pero éstos, como podemos observar en la imagen, no sólo han sido mucho más trabajados, sino que han dejado de ser una herramienta para convertirse en un fin en sà mismos. Rossi ha visto en el croquis una posibilidad de plasmar su sensibilidad artÃstica, de convertir el dibujo arquitectónico en una obra de arte. A fin de cuentas, el arte también trata de ideas e intenciones.
Ambas posturas, la de Gehry y la de Rossi, son válidas pero diametralmente opuestas. “Yo procuro atender sobre todo al edificio –comenta Frank Gehry–, los dibujos no son importantes para mÃ; son sólo escalones. ¡Ni siquiera parecen edificios! Pero gracias a ellos sé cual es el paso siguiente a darâ€�. También asegura que ese gesto intuitivo de sus croquis, esa soltura con la que expresa únicamente una intención, le permite una mayor libertad. Mientras más claro y concreto sea el dibujo, más probabilidades tiene el arquitecto de enamorarse de una imagen; y cuando esto ocurre es muy difÃcil que el arquitecto suelte aquello de lo que se ha enamorado. En la medida en que el dibujo sea más impreciso el arquitecto tendrá menos ataduras y más posibilidades a la hora de experimentar soluciones.
Gehry critica la "sobre-elaboraciónâ€� del dibujo por parte de ciertos arquitectos, acusándolos de olvidar aquello que en realidad es más importante: “Por ejemplo –dice Gehry–, los primeros croquis de Michael Graves son fabulosos, pero después, una vez construido el edificio, nunca consigue ser tan maravilloso como sus dibujos. Rossi es más capaz que Graves, pero sin embargo aún no nos consigue transmitir esa energÃa que hay en sus dibujos… (…) Yo reservo toda mi energÃa, talento e inteligencia para que se manifiesten finalmente en el edificio. Es algo con lo que tengo mucho cuidado siempre, ya que uno puede sentirse muy orgulloso de los dibujos que hizo, pensando que porque los dibujos son bellos y esplendentes el edificio también será bello y esplendenteâ€�.
La crÃtica de Gehry suena muy convincente, pero tengamos en cuenta que no es más que una postura. Sus comentarios tienen más valor como advertencia que como verdades (¿Quién tiene la verdad en la arquitectura?). El único dogma incuestionable es que la arquitectura es lo más importante. Y el croquis, la mejor herramienta que tiene el arquitecto para plasmar al instante sus intenciones, para traducirlas del mundo invisible de las ideas al papel, debe servir siempre a ese fin último. Si el dibujo se transforma en una obra de arte en el camino, bienvenido sea. ¿Por qué no?
Hoy en cambio comprendo sus palabras, y su consejo me parece práctico y lleno de sabidurÃa. Para orgullo de DalÃ, de Buñuel o de Breton, muchas soluciones me han venido a la cabeza cuando ésta estaba en la almohada, después de haberlas buscado con intensidad frente a la mesa durante el dÃa. El papel y el lápiz de la mesita de noche me han salvado la vida en más de una ocasión en instantes como esos.
Cuando uno pasa tanto tiempo dando vueltas a un problema y se acuesta sin haberle hallado solución, es natural que la mente siga trabajando mientras uno duerme. Y pocas veces, pero más de las que uno podrÃa imaginarse, la solución aparece y uno raya en el papel desesperadamente antes de que la esencia del descubrimiento se diluya en el aire, del mismo modo en que un sueño se olvida al despertar. Es casi un juego, un ejercicio surrealista, una batalla contra el subconsciente. Y lo que uno puede encontrar no deja nunca de sorprenderme.
Lo que queda dibujado en el papel es casi siempre un garabato. Pero quizá en estas circunstancias es cuando el croquis es verdaderamente un croquis: no hay vanidad en el trazo, no hay esmero ni preocupación por una imagen acabada, únicamente existe una intención, y esa es la esencia del croquis. Por eso el edificio siempre se parece al bosquejo.
Del mundo de las ideas al papel
Acerca del croquis, el arma del arquitecto
El croquis, ese dibujo que uno hace con cualquier cosa sobre cualquier cosa, sigue siendo indispensable para el arquitecto. Su naturaleza es fascinante, digna de una tesis de grado, y cada dibujo encierra una historia y esconde un significado para su autor. No es difÃcil ver a un artista con un cuaderno de notas: una especie de diario gráfico o bitácora que siempre cargará atento y precavido, cual depredador, a la espera de algo que llame su atención o de algún destello inspirador. Llegado el momento desenvainará su arma de carbón o tinta, y guardará para siempre lo que más nadie supo ver, lo que ningún otro llegó a sentir.
A la hora de dibujar cada persona tiene mil manÃas inquebrantables: algunos trabajan únicamente con tinta negra sobre un cuaderno de hojas gruesas; otros más exquisitos cargan un kit completo de acuarelas o pasteles holandeses. Hay quienes dibujan de pie, hay quienes lo hacen sentados, y están aquellos que jamás levantan la punta del lápiz del papel, comenzando y terminando el croquis en un único trazo fluido porque (según ellos) “asà es como se dibujan los croquisâ€�. Pero en realidad el croquis no tiene un método, y la forma en que se dibuja puede llegar a ser tan personal como una cepillada de dientes.
La finalidad del croquis, como antes mencionamos, es la de reflejar una intención o bien la esencia de una cosa. Pero eso se puede lograr de muchas maneras sobre el papel, y la esencia de un edificio, por ejemplo, puede conseguirse en un dibujo de treinta segundos como en otro de varias horas, mucho más elaborado. Como pueden ver, Frank Gehry no se preocupó demasiado en cómo se verÃa su bosquejo para el Museo Guggenheim de Bilbao. Es más intuitivo que concreto, y sin embargo, al compararlo con la fotografÃa, apreciamos que allà está la esencia misma del edificio. Años antes de que llegara a colocarse la primera piedra, las intenciones de Gehry ya estaban plasmadas en el papel.
Lo mismo ocurre con los dibujos de Aldo Rossi. Pero éstos, como podemos observar en la imagen, no sólo han sido mucho más trabajados, sino que han dejado de ser una herramienta para convertirse en un fin en sà mismos. Rossi ha visto en el croquis una posibilidad de plasmar su sensibilidad artÃstica, de convertir el dibujo arquitectónico en una obra de arte. A fin de cuentas, el arte también trata de ideas e intenciones.
Ambas posturas, la de Gehry y la de Rossi, son válidas pero diametralmente opuestas. “Yo procuro atender sobre todo al edificio –comenta Frank Gehry–, los dibujos no son importantes para mÃ; son sólo escalones. ¡Ni siquiera parecen edificios! Pero gracias a ellos sé cual es el paso siguiente a darâ€�. También asegura que ese gesto intuitivo de sus croquis, esa soltura con la que expresa únicamente una intención, le permite una mayor libertad. Mientras más claro y concreto sea el dibujo, más probabilidades tiene el arquitecto de enamorarse de una imagen; y cuando esto ocurre es muy difÃcil que el arquitecto suelte aquello de lo que se ha enamorado. En la medida en que el dibujo sea más impreciso el arquitecto tendrá menos ataduras y más posibilidades a la hora de experimentar soluciones.
Gehry critica la "sobre-elaboraciónâ€� del dibujo por parte de ciertos arquitectos, acusándolos de olvidar aquello que en realidad es más importante: “Por ejemplo –dice Gehry–, los primeros croquis de Michael Graves son fabulosos, pero después, una vez construido el edificio, nunca consigue ser tan maravilloso como sus dibujos. Rossi es más capaz que Graves, pero sin embargo aún no nos consigue transmitir esa energÃa que hay en sus dibujos… (…) Yo reservo toda mi energÃa, talento e inteligencia para que se manifiesten finalmente en el edificio. Es algo con lo que tengo mucho cuidado siempre, ya que uno puede sentirse muy orgulloso de los dibujos que hizo, pensando que porque los dibujos son bellos y esplendentes el edificio también será bello y esplendenteâ€�.
La crÃtica de Gehry suena muy convincente, pero tengamos en cuenta que no es más que una postura. Sus comentarios tienen más valor como advertencia que como verdades (¿Quién tiene la verdad en la arquitectura?). El único dogma incuestionable es que la arquitectura es lo más importante. Y el croquis, la mejor herramienta que tiene el arquitecto para plasmar al instante sus intenciones, para traducirlas del mundo invisible de las ideas al papel, debe servir siempre a ese fin último. Si el dibujo se transforma en una obra de arte en el camino, bienvenido sea. ¿Por qué no?
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