Los no-lugares: espacios de la modernidad.
Un hombre que vive en Atlanta se despierta, se ducha, se viste y se despide de su familia. Tiene un avión que coger a las 11:00am. con destino a Tokyo, y a él le gusta estar varias horas antes (más de las necesarias) para no tener ninguna prisa. En la autopista, camino al aeropuerto y a toda velocidad, por poco sufre un accidente con otro automóvil. Le dedica al conductor una sinfonÃa de improperios (palabras que nunca dirÃa en su oficina ni en su casa, sólo en las calles, porque ¿cuáles son las posibilidades de encontrarse de nuevo a ese imbécil que casi le destroza su automóvil? Al llegar al aeropuerto, y después de buscar su boleto y registrar el equipaje, decide tomarse con tranquilidad un buen desayuno en Starbucks: allà sirven el mejor café, y los muffins más deliciosos que se haya comido.
El vuelo, agradable como siempre. Basta con tener unos cuantos trucos para hacer del viaje algo soportable: un buen libro, buena música, una siesta, y si se tiene suerte un buen compañero. Esta vez tuvo suerte, y trataron mil y un temas, unos de actualidad y otros no tanto, algunos trascendentes y unos por el simple placer de conversar. Aterrizan, se despiden como buenos amigos, y nunca supieron sus nombres. El aeropuerto de Narita le inspiró confianza, seguridad al menos. Todos hablaban inglés y la señalización también esta traducida. Cogió un taxi y se lanzó a la ciudad, a la grande e impresionante Tokyo que ha visto en las pelÃculas. Le recuerda un poco a Nueva York.
Como nunca le ha gustado la comida japonesa, se emocionó al ver un McDonald’s y un Burger King. Comprobó que el Big Mac es tan bueno en Atlanta como en Tokyo, y el hotel, si es de nombre conocido, se puede tener la seguridad de que es bueno. Se siente como en casa, nunca ha dejado de hablar en ingles, y siempre se desayuna el mejor cafe y los muffins mas deliciosos del mundo, en el Starbucks de la manzana de enfrente. En realidad, su viaje se perfila muy bien (seguro al menos).
El vuelo, agradable como siempre. Basta con tener unos cuantos trucos para hacer del viaje algo soportable: un buen libro, buena música, una siesta, y si se tiene suerte un buen compañero. Esta vez tuvo suerte, y trataron mil y un temas, unos de actualidad y otros no tanto, algunos trascendentes y unos por el simple placer de conversar. Aterrizan, se despiden como buenos amigos, y nunca supieron sus nombres. El aeropuerto de Narita le inspiró confianza, seguridad al menos. Todos hablaban inglés y la señalización también esta traducida. Cogió un taxi y se lanzó a la ciudad, a la grande e impresionante Tokyo que ha visto en las pelÃculas. Le recuerda un poco a Nueva York.
Como nunca le ha gustado la comida japonesa, se emocionó al ver un McDonald’s y un Burger King. Comprobó que el Big Mac es tan bueno en Atlanta como en Tokyo, y el hotel, si es de nombre conocido, se puede tener la seguridad de que es bueno. Se siente como en casa, nunca ha dejado de hablar en ingles, y siempre se desayuna el mejor cafe y los muffins mas deliciosos del mundo, en el Starbucks de la manzana de enfrente. En realidad, su viaje se perfila muy bien (seguro al menos).
El terminal, un no-lugar
los espacios anónimos de Marc Augé
Marc Augé, un antropólogo francés contemporáneo, plantea la idea del no-lugar a comienzos de los años noventa para hablar de esos espacios que en el pasado no existÃan, pero que ahora son parte innegable de la vida moderna. Espacios a los cuales nos hemos acostumbrado, pero que llaman la atención de un ojo agudo por su falta de identidad, por constituirse como “enclaves anónimos para hombres anónimosâ€�. Entre los no-lugares mas emblemáticos se encuentran las autopistas, los medios de transporte (aviones, trenes y automóviles), los aeropuertos y las estaciones de metro, las grandes cadenas hoteleras, de supermercados, de comida rápida... “Entornos producidos en serie, iguales en Manila y en San Cristóbalâ€�, como bien senala Rafael OsÃo Cabrices.
Volar es una experiencia extraña, justamente porque uno puede llegar a pasar todo el dÃa habitando no-lugares. Hace poco viajé desde Caracas, pasando por Nueva York, hasta llegar a Los Ã�ngeles. El Terminal 9 del aeropuerto JFK de Nueva York fue el no-lugar destinado para mi corta espera: allà abordarÃa en cualquier momento el avión que finalmente me llevarÃa a Los Ã�ngeles.
Para “matarâ€� el tiempo paseé a lo largo y ancho del Terminal, lo cual no hizo sino intensificar mi sensación de estar en ningún lado. A medida que caminaba dejaba atrás un Hudson News (un puesto de revistas y souvenirs de última hora), un Starbucks Coffee y un local Duty Free. Cincuenta metros más adelante, volvÃa a pasar un Hudson News, un Starbucks y un local Duty Free. Solo para descubrir que, si caminaba un poco más, volverÃa a encontrarme con un Hudson News, un Starbucks y otro local Duty Free. Llegué a sentirme como el Coyote de Looney Toons cuando corrÃa tras el Correcaminos, siempre dejando a su paso el mismo cactus, el peñasco, la pila de rocas, el cactus, el peñasco, la pila de rocas, el cactus, el peñasco, la pila de rocas...
Es casi imposible relacionarse con un lugar asÃ, anónimo y sin personalidad. Marc Auge asegura que es más difÃcil todavÃa relacionarse de verdad con otro ser humano en esos espacios, porque “los no-lugares apenas permiten un furtivo cruce de miradas entre personas condenadas a no reencontrarse, mudasâ€�.
Yo ciertamente habitaba el espacio, lo recorrÃa, me encontraba en un lugar “realâ€�. Pero todo el ambiente contribuÃa a que tuviera una sensación de estar respirando “irrealidadâ€�, y casi una seguridad de que yo no estaba allÃ. Cuando me decidà a esperar sentado los pocos minutos que quedaban, una pregunta muy poco trascendente que me hice a mi mismo (¿Cuantas personas se han sentado hoy aquÃ, antes de mi llegada?), finalmente me ayudó a comprender la naturaleza de los no-lugares: allà nadie pertenece.
Pareciera que los no-lugares están condenados a una falta de encanto. La producción en serie y la globalización tienden cada vez más a controlar la calidad y la fisonomÃa de ciertos espacios, lógicamente, y el arquitecto poco puede hacer ante ello. Pero siempre tendrá en sus manos la capacidad de hacer que un edificio hable, de otorgarle un espÃritu, de inspirar al hombre a través de los espacios de su arquitectura (o al menos eso se espera de él). Nadie espera un McDonald’s que conmueva el espÃritu, pero yo he visto estaciones ferroviarias, aeropuertos y hoteles que han cortado mi respiración, maravillosos y emocionantes.
La buena arquitectura, la que todos esperamos, puede hacer de estos espacios anónimos verdaderos lugares. Espacios con los que uno pueda identificarse, que uno recordará y siempre agradecerá, sobre todo en estos tiempos. La arquitectura con sustancia es la tarea de los grandes arquitectos, siempre lo ha sido.
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